Series: las tentaciones a la carta, con muerte anunciada.
OK. No todo son películas, y tengo que decir que soy de las que han sucumbido a la tentación de devorar tanta serie sea posible encontrar en el mundo de los canales de streaming, muy extendidos en nuestro universo actual. Netflix, Amazon Prime, HBO son algunos de estos canales que nos están ofreciendo una variedad importante de series, que sin duda llaman nuestra atención y nos cautivan, porque hay más de una que está muy bien y que de verdad da gusto dejarse atrapar horas (y días) para devorarla.
Este es un universo que no funciona como el cine. Son historias que tienen desenlace, pero que a la vez dejan un final abierto, para esbozar el desarrollo de una temporada más, que va escribiendo el devenir de sus protagonistas a medida que la producción y el interés del público vayan permitiéndolo. Bajo mi punto de vista, el poder de la oficina productora en este caso es más despiadado que en el cine, porque una película siempre es un riesgo al que se está expuesto una vez, y en ese sentido es un círculo cerrado, porque no hay nada más que hacer una vez terminada y estrenada. Una serie, en cambio, es una obra cuyo final (o incluso cuyo posible desenlace) está a merced de un factor externo que no se puede determinar con claridad; porque a veces ni siquiera es la reacción del público a la propuesta y está en manos casi en exclusiva de los que hacen los números en la industria. En ese sentido, le estamos devolviendo el poder al Hollywood del siglo pasado en una versión 2.0.
Últimamente hemos sabido del final de varias series que han tenido una vida fugaz. Series que apostaban o por géneros diversos o por una manera particular de contar una historia repartida en capítulos. Y Nicolas Winding Refn se tomó en serio eso de hacer su versión de lo que es una serie. Quizás por eso fue lo que fue: una maravilla quizás incomprendida por la industria cuyo fin es repetir la receta como si en vez de series, se tratara de hacer pasteles. Aquí les dejo lo que dejó en mi cabeza la que a mi gusto ha sido la más brillante de las apuestas de este año.
Too Old to Die Young: Una Joya que quedará en el Desierto.
Lo primero que se me viene a la cabeza con esta serie es el término Cadencia, algo así como el ritmo que tiene el pestañear a cámara lenta. Luego, viene la admiración por su estética exuberante y un manejo del color, de la luz y del sonido/música magistral. Esto no es nada sorprendente, es más bien lo esperado; porque que Nicolas Winding Refn nos tiene acostumbrados al uso milimétrico de estos elementos como recurso, ya que está utilizado en prácticamente todas sus películas.
La trama es sobre un policía corrupto que se va involucrando con diversos personajes oscuros, que lo van llevando poco a poco al abismo. Esta historia se puede entender como un reflejo sórdido de la actualidad en el mundo, ambientado específicamente en la frontera sur de EEUU con México, lo que se puede leer como una crítica directa a la realidad norteamericana, y a la vez, una visión conceptualmente nihilista y brutal de nuestro futuro cercano como sociedad en general.
Los primeros 2 capítulos son casi de prueba… para tomar la decisión de seguir o desistir, porque cada capítulo es de hora y media y hay que entrar en el ritmo para seguir con los restantes 8, que varían en duración entre 30 minutos (el último) y hora y media. Y vale la pena. Porque a medida que avanza, va escalando en locura y violencia, todo deliciosamente mostrado, además de contar con un humor negro que descoloca en el momento preciso.
Filmado de manera lineal temporalmente, el desarrollo del guión fue evolucionando a medida que este se fue produciendo, y se nota. De hecho, es evidente que NWR y Halley Gross a medida que van tomando pulso en este nuevo formato, se van tomando atribuciones en el guión que se traducen en secuencias magistrales y, por qué no decirlo, experimentos que son en sí mismos pequeñas obras de arte audiovisual, cuyo desarrollo estético es desbordante. Tanto la cinematografía realizada por Dharius Khondji y Diego García, como la dirección de arte realizada por Jennifer Lukehart aportan un ambiente lleno de detalles simbólicos que nos dan un background sensorial que nos deja inmersos en este hermoso y a la vez brutal universo contemporáneo al borde del Apocalipsis, al que te vas adentrando paso a paso y del que no dan ganas de salir. Y digo paso a paso, porque aquí todo es sobre el ritmo: los planos generales eternos, los diálogos, las muertes, el sexo; todo se inspira y espira profundamente.
Esta sin duda es una apuesta arriesgada, lo que se comprueba con el hecho que haya durado sólo una temporada. Y duele, porque ¡hay tanto más por ver! Es de esas series en las que vas tomando vuelo y te vas metiendo y disfrutando cada vez más de lo visto; percibiendo los giros que va dando la historia y deseando ver ese momento apocalíptico prometido, lleno de sangre, fuego y de furia sin medida que se va pincelando como si se estuviera pintando un cuadro que será una obra maestra… que quedará sólo a mitad de camino. La segunda temporada queda dibujada y pensada con esa nostalgia del «qué hubiera pasado si…»
Yo, definitivamente, me quedo con ganas de más… Pero, para conformarme y sabiendo que esta será la única temporada, agradezco haber tenido la posibilidad de devorar las 13 horas de existencia de esta película contada por capítulos, como un libro de esos que no quieres acabar.