Berlinale: una trampa invernal .
No creo que alguien realmente sepa qué es lo que hace que tantas personas decidan congregarse en Berlin en el momento más álgido de su invierno, para trasladarse de un punto a otro, muy cerca de ser congelados -o mínimo- atrapados en una gripe poco deseada en estos 10 días de cine. Berlin en invierno puede ser una trampa… pero el Berlinale también lo es. De esas que cuando ya caíste una vez, difícilmente querrás dejar de caer en sus siguientes versiones.
Hay algo en este festival que es adictivo, más allá de su programación o su locación (Berlín es ciudad favorita) y es que ver a miles de personas cada día llenando prácticamente todas las proyecciones, aplaudiendo en cada presentación y final de proyección, escuchando los Q&A y participando activamente en las votaciones del público, es hasta emocionante. Lo es por lo menos para mí, que fui parte de la organización de un festival de cine por años y sé (guardando las escalas) el esfuerzo que hay detrás de un evento como este y también entiendo que llegar a la audiencia es uno de los objetivos primordiales de un festival de cine.


Dentro de esta maravilla que es ver la sala llena, hay que saber que llegar ahí es un trabajo complejo para cualquier mortal, esté o no acreditado por la razón que sea. Si eres un berlinés normal con ganas de ir al cine, necesitas estar al corriente de la programación y saber cuándo se inicia la venta de entradas y estar frente la web en ese momento, porque decir que vuelan, es poco. Si no eres de compra online, necesitas tiempo para esperar en las colas interminables de las boleterías ubicadas por la zona. Ya si eres aventurero, vas a las boleterías del cine y te compras la entrada ahí, cruzando los dedos. Ahora, si tienes la suerte de poder acreditarte, juegas con ventaja, pero -dependiendo de qué acreditación lleves- no las tienes todas ganadas. Finalmente, nada te asegura realmente que puedas llegar a sentarte en una butaca. Debemos partir con que ser un visitante del festival exige un ritual diario que mezcla disciplina, capacidad de adaptación, paciencia y mucha, mucha suerte: no existe un sistema online de reserva de entradas a las proyecciones y debes ir cada mañana a pedir los tickets para el día siguiente. Por supuesto, la mayoría se reserva a partir de las 8 de la mañana (dicen que hay colas a partir de las 7… dicen, porque jamás lo vi), y las películas en la Competencia Oficial, con estreno mundial y con alfombra roja siempre vuelan las primeras, a menos que se haya oído por ahí que no vale la pena. Esto lo he comprobado: si llegas tarde y hay aún entradas, la película es derechamente mala, salvo si coincide con otro hit o es hora de comer (la gente tiene que comer!!).
Mi incapacidad objetiva de llegar hasta la boletería antes de las 8 de la mañana cada día, me obligó a cambiar el objetivo de ver la competencia, ya que sólo pude lograr tickets para algunas de la sección oficial, en su mayoría fuera de ella. Visto esto, decidí inspirar, espirar, reír un poco y cambiar de estrategia al enfocar mi esfuerzo en ver cómo me iba cada día con este trámite, para según eso organizar mi programa con Panorama, las secciones de cortos y Forum… en fin, poner el ojo en todas esas proyecciones interesantes que no implican necesariamente tener el ticket para entrar, sino la acreditación, paciencia, el tiempo de espera y la suerte para que logres estar dentro de las personas que terminan de llenar la sala. Fue así como vi las joyas escondidas de este año.
La lotería de conseguir entradas y el premio gordo.
Como esto de las entradas era realmente una especie de Bingo, mi estrategia era intentar llegan por la mañana, luego pasar por todos esos códigos de las películas que realmente quería ver y que sólo se podía hacer con entradas (todo lo que termina en Palast exige entrada sí o sí). Tuve suerte pocas veces. Las suficientes como para tener esa sensación de que fueron justas y precisas, aunque me quedé fuera de varias que quería ver… lo triste de perdérselas es que nadie asegura que llegarán a salas de cine eventualmente. Sin embargo, pude ver 2 de mis favoritas del festival y lo mejor fue el haber sido testigo de la ceremonia de homenaje con la Berlinale Camera a Agnès Varda, escuchar su discurso de agradecimiento y ver el estreno de su última película con ella presente. Como anécdota, además de haber tenido la suerte de coger entrada, llegué casi tarde a la presentación, lo que me permitió (luego de subir corriendo 5 pisos) coger asiento en la primera fila de la galería (reservada para venta de entradas y que no se usaron): vista completa de pantalla y platea!




Agnès sabía que esta sería su última película, que era su despedida del cine, pero no porque la sombra de las horas finales de su existencia la estuviera alcanzando; sino porque había encontrado otro soporte a su obra que la motivaba a trabajar: las instalaciones artísticas. Bueno, ahora, luego de haberla despedido, pienso que quizás ella sí lo sabía, lo sentía y lo anticipó: como buena madrina, nos dejó todo lo que aprendió en su vida de cineasta en un último documental, muy personal, para que nunca nos falte su visión del mundo y del cine.
Todos los que estábamos ahí terminamos emocionados y aplaudiéndola de pie. No me cabe duda que todos los presentes sentimos también que este sería un momento histórico. Porque, aunque queramos que nuestras leyendas vivan eternamente, sabemos que sólo lo harán a través de su obra. Agnès esa tarde dijo que aún no era una leyenda y a mí me asalta la duda: si ella no lo es, entonces ¿quién? ¿Es necesario estar muerto para ser leyenda?
Ahora díganme, si este no fue el premio gordo de la lotería Berlinale 2019, ¿cuál podría haber sido?