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Siempre existen películas que disfrutas con ganas, que sorprenden y que conmueven. Películas que logran dejar esa sensación de que es un trabajo bien hecho y que superan las expectativas. Este año pensé que no tendría la oportunidad de ver películas así, pero a medida que fue avanzando el festival, me fui dando cuenta que sí que habría… de hecho, debo decir que casi todas las últimas películas que vi son más que simplemente buenas. Pero hay que saber diferenciar entre las buenas y las que dejan algo más. Estas son las joyas que nos dejó Sitges 2019:

Dogs don’t wear Pants (J-P Valkeapää, 2019):

Siempre he tenido la sensación de que las películas nórdicas suelen tener una atmósfera distante, como si el frío se cristalizara entre la pantalla y el espectador. Esta película finlandesa nos da razones suficientes para pensar que sus personajes simplemente no saben enfrentarse y liberar sus emociones o, en otras palabras (y bajo mi mirada sudamericana, colmada de referencias de expresiones de emoción casi exageradas) no saben amar; pero, a su vez nos regala otra visión del amor y de la resiliencia lleno de emoción contenida y muy conmovedora.

 

Dogs don’t wear pants cuenta la historia de Juha, un hombre con una hija adolescente, que lidia como puede con sus emociones después de un evento traumático. Esto hasta que se cruza en su camino Mona, una dominatrix que le abrirá un nuevo universo y una nueva adicción al sofoco, que lo llevará por un espiral delirante, salvaje y liberador.

Con una última escena genial, este es un drama teñido de mucho humor negro, que atrapa y entretiene. También nos muestra el mundo del BDSM de una manera muy naturalizada, porque simplemente no es el tema principal, sino la excusa para contarnos que no existe ninguna receta infalible para superar un trauma y encontrar la paz mental  y que, finalmente, hay tantos caminos distintos como personas en este planeta para encontrar la felicidad.

Suicide Tourist (Jonas Alexander Arnby, 2019):

 

Esta es otra película nórdica que llega desde Dinamarca. La sensación de frío vuelve a traspasar la pantalla y nos entrega una historia de amor que se desarrolla en un escenario tan majestuoso como impenetrable. Max es un vendedor de seguros que lidia con un tumor mortal y la necesidad de enfrentarse a una muerte segura. En una investigación de su trabajo, descubre el Hotel Aurora, un lugar que se especializa en cumplir el último deseo de sus huéspedes: morir. Entre el desconcierto, asumir su próxima muerte y la decisión casi impulsiva de quitarse lo que le queda de vida para no ser una carga para su amada esposa; nuestro protagonista decide ser un huésped en este hotel, donde vamos viendo a lo largo del film cómo sus emociones, miedos, deseos y recuerdos suceden en sus últimas horas de vida.

 

Un final confuso (más bien abierto a interpretaciones personales) hace que la película se quede en la retina más allá de sus créditos finales. Una buena interpretación de Nicolaj Coster-Wandau ayuda a empatizar con el personaje y sentir con él esa desesperación al vislumbrar lo inevitable. Quizás hay un punto de thriller que descoloca un poco, pero creo que ayuda a involucrar al espectador en la sensación de peligro que ronda en el aire, así como el innato instinto de supervivencia.

 The Lighthouse (Robert Eggers, 2019):

 

Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en esta película es que es un ejercicio estético maravilloso, a la vez de ser una suerte de excusa para disfrutar de la capacidad actoral de sus dos protagonistas. Esta es la historia de la rutina casi desesperante de un farero y su asistente que tienen que soportarse mutuamente en una isla remota de Inglaterra a finales del siglo XIX, en un turno de 4 semanas de rutina imparable, casi hipnótica, que se transforma en pesadilla cuando algo hace que todo se desajuste.

 

Es poderosa la imagen en blanco y negro, presentada en un formato que ayuda a la sensación de claustrofobia y que, junto con el desarrollo de los personajes, hace que sea una película que se agradece, pero que difícilmente se quiera ver de nuevo. 

Lux Aeterna (Gaspar Noé, 2019):

 

Las películas de Gaspar Noé o te gustan o las detestas. Es así de simple. Y este mediometraje, a mi gusto, es un ejercicio fantástico de cuestionamiento sobre lo que es el proceso de producción cinematográfica y lo despiadado que se puede llegar a ser cuando el ego, el desprecio por tu par y la cosificación del sujeto, te lleva a transformar una obra en un infierno. Cuando Gaspar Noé presenta esta película (en un discurso tan loco y disperso como puede solo él puede hacer) nos dice: el cine es un infierno, trabajen con amigos, como una familia, porque puede ser una tortura.

 

Al terminar los créditos dignos para un ataque epiléptico, algunos pudieron conversar con el director que estaba sentado viendo su propia película; y otros salimos de la sala contentos, porque sí, nos gusta ver reflejado esta locura en pantalla grande ya que sabemos perfectamente que lo que nos dice Gaspar Noé en su película puede ser cierto.

Nimic (Yorgos Lanthimos, 2019):

 

Es increíble lo que puede hacer Yorgos Lanthimos en 12 minutos. Un cortometraje preciso, estéticamente muy bien logrado y con actuaciones fantásticas. Muy en el tono de sus largometrajes, volvemos a la sensación de extrañeza que nos entregó con The Killing of the Sacred Deer y The Lobster.

 

No son necesarias las palabras y el juego de la mímica es tan perverso como bello. Una crítica a la vida masificada e impersonal disfrazado de terror conceptual. Cuando se sabe contar una idea, no es necesario extenderse en el punto. Qué pena que no haya cabida para cortometrajes en las salas de cine. Esta es una obra que merece ser vista.

 

 

Swallow (Carlo Mirabella-Davis, 2019):

 

Swallow es de esas películas que te llaman la atención, porque parece tener una estética con la que se busca algo más que una buena pinta. Llegué básicamente por la foto del catálogo, pero quedé impresionada, porque es una historia que se cuenta bien y va desarrollando a su protagonista de manera muy certera. Ella es lo que podemos llamara una “mujer ideal”, bella, dócil, preocupada de su pareja, de su futuro hijo y de su casa nueva; una chica que no habla más allá de lo necesario, que está aparentemente siempre feliz y que, por supuesto, siempre está buscando complacer… Con una familia política millonaria, un suegro que lo maneja absolutamente todo (incluso la vida de su hijo), Hunter tiene todo resuelto, menos un pequeño problema: su incontrolable necesidad de tragar objetos diversos. Primero una bolita de cristal, luego un tornillo, una aguja y así, una suerte de elementos coleccionables, cada vez más bizarros.

 

Esta suerte de afición se transforma en el detonante de una evolución del personaje que está muy bien logrado tanto a nivel de actuación por Halley Benett, como por el guion, la dirección y la dirección de arte. Es una trama relativamente simple, pero se presenta un personaje muy complejo, lleno de pequeños matices sutiles. El director en su presentación le ha dedicado la película a su abuela, que ha sido su inspiración. Finalmente, podemos decir que es un homenaje en clave moderna y “fancy” al empoderamiento femenino.

 

 

 

Le daim (Quentin Dupieux, 2019):

 

Quentin Dupieux tiene trayectoria en Sitges, y cada vez que presenta algo aquí es a sala llena, porque ya conocemos su estilo y sabemos que nos encontraremos con algo raro, divertido y que será una apuesta segura. El año pasado nos mostró “au poste”, una comedia negra, absurda, divertidísima y desconcertante, que juega incluso con el genero mismo.

 

Este año nos trajo este largometraje, donde nos cuenta la aventura de un tipo que luego de separarse va a Canadá a comprar de segunda mano una chaqueta de piel de reno que se transformará en su obsesión, que lo llevará a dejarlo todo y empezar una cruzada de violencia con un solo fin: hacer un film. Así, con la ayuda de su montajista, una chaqueta es la protagonista de la película de su vida. Una comedia negrísima, al borde de la locura, muy bien escrita y súper entretenida. Es muy refrescante encontrarse con historias contadas desde un punto de vista novedoso, que hacen que el tiempo vuele y salgas de la sala con una gran sonrisa en la cara.

Adoration (Fabrice du Welz, 2020):

 

Esta es una película francesa (sí, otra más). Con el mismo tono idílico que podemos encontrar en sus impresionistas pintando la campiña ¿El tema? La historia de un chico adolescente, hijo de una mujer que trabaja en una clínica psiquiátrica perdida en el bosque. Él convive con la naturaleza que lo rodea, pasando casi inadvertido, hasta que aparece en el lugar una chica que necesita escapar porque está convencida que la han internado en el manicomio más por odio y dinero que por una enfermedad mental real… Él, dulce, con la belleza de su gran ingenuidad, le entrega su corazón y su vida sin siquiera darse cuenta, y le ayuda a escapar. A partir de aquí, la huida se torna un viaje a lo más brutal que un ser humano puede vivir: la crueldad del desequilibrio mental, la violencia y la dependencia. Porque el primer amor, cuando es enfermo, puede ser una hermosa pesadilla de la que no quieres despertar.

 

De fotografía y paisajes abrumadores, Paul (Thomas Gioria) sostiene la película con una interpretación contenida y muy creíble. Gloria (Fantine Harduin) roza la exageración en momentos, pero funciona.   

Creo que no es casualidad que haya tantas obras francesas que tengan un argumento desde el punto de vista adolescente. En un mundo como el que vivimos ahora, no es extraño que se vuelva la vista a ese momento en la vida cuando comienza la interpretación consciente de cada uno y su relación individual, sin intermediarios, con el entorno.

 

 

 

Les Particules (Blaise Harrison, 2019):

 

De todas las películas que vi en esta versión de Sitges, esta creo que ha sido la que más me ha conmovido. En conversaciones de fila previa a entrar a una función, escuché (bajo mi asombro contenido) que para un grupo de personas, esta había sido la peor película que habían visto; de hecho, una chica que estaba a mi lado dijo convencida y a viva voz: “que alguien me la explique, por favor” seguido de “A quién le pudo haber gustado esta porquería”, a lo cual respondí -básicamente porque no aguanté mi sorpresa por la casi ofensa que acababa de escuchar-  “Ay, a í me encantó”, recibiendo de vuelta unas cuantas miradas atónitas y un silencio sepulcral. “Claro -les dije- es que aquí hay películas para todos los gustos”, con el fin de cerrar una discusión que no quería tener con desconocidos, siendo yo la outsider que había disfrutado algo que ellos habían detestado…

 

Y es que tampoco hay mucho más que decir: El “Que alguien me la explique” refleja la base de la diferencia de gustos, y no es que yo sea una intelectual del cine y que le encuentre el sentido a todo lo que veo; pero es que esta película no cuenta con un propósito claro ni con un desarrollo dramático que se logre leer simplemente como inicio del problema, desarrollo y desenlace. Es una pregunta que se va desarrollando con una sutileza y una belleza que le entrega todo el valor que posee. La pregunta es: ¿Qué puede pasar en un lugar tan pequeño como este, donde a kilómetros hacia el fondo de la tierra se está realizando el experimento más complejo y peligroso del mundo: la aceleración de partículas? La pregunta se intenta responder no con verdades, sino con posibilidades, tan diminutas como las partículas que se aceleran; además de estar contada desde el punto de vista de un grupo de adolescentes que se sienten ajenos a su entorno (como todo adolescente) y que, nuevamente como estas partículas, están en fricción unos con otros y van transformándose en algo más.

Filmada en la frontera franco-suiza, esta es definitivamente una película de autor que utiliza el recurso de lo fantástico como herramienta para contar algo más. Quizás por eso no entró en la cabeza de personas que buscan concretamente un mundo que no existe en la realidad y que escapa absolutamente de lo cotidiano. Pero este tipo de películas que se mueven en esa fina línea entre verosimilitud y fantasía son precisamente las que me roban la cabeza y el entusiasmo. Si eres de los míos, está más que recomendada.

 

 

 

Las Joyas

Las joyas son esas que sabes que darán de qué hablar y que te conmueven. Mis favoritas de esta versión.

Las Algo Hay Ahí.

Venga, que no pueden ser todas joyas, pero éstas valen la pena, y mucho:

Las WTF

Son esas pelis en las que al acabarlas, piensas: ¿qué es lo que acabo de ver?